“El
éxito tapa todo” me dijo un entrenador -viejo de un amigo y tipo que me formó y
al que quiero mucho- una vez. Me dijo que a su entender al club que los dos
tanto amamos no le termina de ir bien y no vuelve a la gloria que lo
caracteriza por eso. Porque de vez en cuando nos va bien y somos protagonistas,
y eso tapa otras tantas cosas importantes de trasfondo como lo dividido que
está el club y las facciones que hay. Es simple, cuando nos va bien brindamos
todos. Si lo que hay que cantar es la
raka, difícil no va a ser que seamos unos cuantos. Cuando somos campeones
no hay ni celestes, ni blancos y negros, sólo apasionados del CASI. La
realidad, igualmente, es que estamos más acostumbrados a decir que la culpa es
de este o de aquel y que el referee esto y que el rival lo otro y a escuchar
puteadas en la tribuna que a festejar. Pero cuando hay que festejar, en la
victoria, nos sentimos representados todos.
Ayer,
domingo 26 de octubre, perdimos la final de M23 contra Alumni, un equipo jugó
amarrete y que había clasificado por la ventana pidiendo permiso. A pesar de
que fui a entrenar todo el año, de que entré en la semifinal y generalmente me
robaba los veinte minutos finales de todos los partidos, no me tocó entrar. Fue
raro; en ningún momento se me ocurrió pensar en mi, en porqué no entraba o en
que había venido toda mi familia a verme en el banco (y encima perdimos…). Lo
miré de afuera y no me importó. Grité tanto que se me bajaba la presión por los
35ºC que hacían. Esperé, como en tantos otros partidos del año, como en el
clásico, el milagro. La remontada a puro huevos que caracterizó siempre a este
equipo. No pasó: sonó el silbato y perdimos. No hay porqué mentir: lo había
soñado de otra manera. Lo soñé cada noche de la semana anterior de otra manera.
Había soñado tries, resultados holgados, resultados apretados, patadas finales,
etc.. Siempre nos soñé ganando, siempre festejando, pero no fue. Perdimos. Y
digo perdimos, porque me sentí infinitamente representado por los dos pajeros
que jugaron de mi puesto y por los otros trece monguis. No hubo nada que ellos
hicieron que yo hubiese hecho mejor. Me sentí identificado y representado, aun
y todavía más, en la derrota.
En el
vestuario hubo muchísimas lágrimas. Los sueños cuando uno empieza a ver que son
posibles y, de repente, se rompen, duelen. Fue un trago amargo. Sigue siendo un
nudo en la garganta mientras escribo y calculo que será nudo en la garganta
toda la semana. Hay angustia en que las cosas no salgan como uno espera y eso
no hay porqué disimularlo. No tiene porqué dejar de haber lágrimas.
El
vestuario en el deporte es algo muy particular. Es el antes y el después. Es,
por un lado, la preparación y la motivación y, por otro lado, el examen de
conciencia.
Lo que
no hubo en el vestuario fueron quejas. Ni quejas, ni represalias, ni puteadas,
ni bardos. Ni al referee, ni a Alumni, ni muchísimo menos entre nosotros. Hubo
lágrimas y silencio. Camisetas al piso y a mirarse en el espejo. Un legendario
entrenador del CASI decía: “el espejo no miente”. Yo creo que los 30 –los
quince que jugaron y los quince que no-, nos miramos al espejo y no buscamos
culpas en ningún lado. A lo sumo alguna deuda con uno mismo, pero ningún
resentimiento contra otros. En el examen de conciencia no hubo enfrentamientos
con nadie más que con uno mismo, y eso es muy sano. No nos queríamos ir del vestuario. Perder
duele. Perder es una mierda. Cuando uno está sólo preparado para ganar y sólo
tiene en la cabeza ganar y perdés, no sabés para donde mierda arrancar.
¿Qué
más puedo decir del partido? El que nos haya visto jugar ayer o en todo el
resto del año lo puede decir: nos entrena el Gallego y somos Galleguistas. Lo
nuestro es jugar a la pelota. Nuestro único precepto antes de entrar a la
cancha es “diviértanse y pásense la pelota”. Al rugby para jugar con poesía
tenés que ser Messi y el Barça y tener todo aceitadísimo. Si no sos Messi y el
Barça, un día cualquiera puede venir un equipo prolijo y mezquino y ganarte con
un planteo bien amargo porque las cosas no te salieron. No está mal; dicen que
así se juegan las finales. Nosotros decidimos que la final iba a ser un partido
más y que íbamos a morir con la nuestra, jugando a la pelota como todo el año y
al final, no nos salió. A veces pasa.
¿Qué
puedo decir de mis amigos?¿Qué puedo decir de este grupo? Qué somos unos
chotos, que el partido que teníamos que ganar más que ningún otro, lo perdimos.
Que tiramos doscientos pases al piso y que un montón de cosas más. Que somos
chotos, si, y guapos, más. Que tuvimos los huevos de saber morir con la nuestra
y de no mezquinear nada. Que tuvimos, de la mano de los entrenadores, la gran
inteligencia de entender que a la cancha se entra a disfrutar y a pasarla bien
con amigos y a jugar a la pelota y a proponer algo lindo. No se entra a salir
campeón, se entra a disfrutar. Y si salir campeón se da por añadidura: “bueno
muchachos, un motivo más para festejar. Aparte de ser los que mejor la pasan,
somos los mejores y tenemos una copa que lo certifica.”
Ya no
más bajar a la boya a entrenar. Se termina por este año las tocatas y los handballs
de los lunes, los 3 vs 3 del Larry, los obeliscos, las grullas, y las cunitas.
No más cuarenta minutos de imaginario con el Gallego, ni burro ni line con
Tute, ni toma de decisiones con el tucumano. No más los mismos boludos juntando
las cosas para llevárselas a Pablito. No más corto corto ni más mala mía. No
más nada de esas cosas increíbles. Por suerte los botines –con tres idas al
zapatero- aguantaron. Hubiera preferido que sigamos teniendo la excusa de
juntarnos tres veces a la semana, aunque sea a hacer algo tan de mierda como
entrenar rugby (tanto con frío cómo con calor es una mierda), y que se me hagan
mierda los botines con la excusa de seguir cagándome de risa con todos estos
giles. En un año tan lleno de crisis y mambos como el que tuve –le voy a robar
las palabras a uno que nos hizo emocionar a todos- mi equipo de rugby, mi club,
fue mi alegría. Fueron mi aire y mi respiro y lo más grande que tuve. No fue un
festejo lo de ayer después del partido, pero si fueron festejos el resto de los
días del año. Esa boya 2 del orto nos vio pasar buenos ratos. La cancha 2 nos
vio jugar increíbles partidos. La cueva hizo lo suyo también.
Un tal
Hobbes escribió un libro con no sé cuantos tomos en el que mete una hipótesis
central: “existe el poder político porque todos los hombres se dieron cuenta
que, por más fuertes que fueran, siempre iba a llegar uno más fuerte que lo
liquidara”. Gracias por iluminarnos Thomas, porque esto es así. Perder,
perdemos todos. Los cuernos, los tenemos todos. Morir, morimos todos. Tarde o
temprano toca. No hay ni que ponerse fatalistas, ni hace falta entristecerse
tanto. No queda otra que asumirlo y dejar ir los sueños que no fueron y laburar
por los que surgen. Perder, perdemos todos pero no se pierde de una sola forma.
Nosotros perdimos y después de perder decidimos quedarnos toda la tarde
mirándonos las jetas. Las culpas quedaron en un último plano y reservadas a la
autocrítica de cada uno. Tomamos birra, hicimos un clericot y charlamos. Se
acabo todo e hicimos un asado. Vimos a Boca y a River. A mi recién me llegó el
trago amargo cuando estuve sólo en mi cama. Mientras tanto, durante toda la
tarde, sólo pareció que éramos un grupo de amigos que se junta un sábado a
castigarse un poco y a cagarse de risa.
A mis
entrenadores y a mis amigos quiero decirles gracias. Por el tiempo y el
esfuerzo que son lo más valioso que uno puede dar. Todos tenemos cosas que
hacer y así y todo, todos priorizamos esto. También gracias por involucrarse y
por vivir esto que pasó todo el año desde el corazón. Vi llorar por esto a
tipos que yo creí que no tenían sentimientos. Para empezar, puedo nombrar a los
tres malditos: Felisari, Picca y Arocena.
A los
entrenadores, felicitarlos desde adentro. Más difícil que sacar un campeón, es
armar un grupo. Más difícil que sacar un campeón, es hacer lo que hicieron.
Cerrar un año con quince tipos en el banco y comprometidos, aun sabiendo la
mayoría que no tiene chances de entrar, es un logro importante. Habla de calidad
y de calidez humana. Más difícil que sacar un campeón es hacerle entender a
treinta tipos que pueden ser buenos jugadores de rugby y que cualquiera que
entre puede cumplir con el rol adentro de la cancha. Felicitaciones y gracias.
Antes
de terminar quiero dejarlo bien claro, por si alguno entendió mal. Esto no es
una apología de la derrota digna. No estoy queriendo decir que somos unos capos
porque, aunque perdimos nos queremos mucho y lo disfrutamos un montón. Es, más
bien, una invitación a pensar que la victoria no es pura y exclusivamente un
título, y que el éxito no es algo que tiene que venir a tapar nada sino un
agregado por añadidura de un buen laburo y un grupo que disfruta y tira para el
mismo lado. Es una invitación a pensar y entender que la victoria no está
siempre y necesariamente en lo inmediato. Creo yo que vale más la pena entrenar
riéndose con amigos que llegar a entrenar con paja e irse con paja también, y
que vale más la pena laburar por un subcampeón de un partido malo que por un
campeón de partidos horribles. Festejé mucho sin saberlo, porque mucho bien me
hizo esto. Y aunque ayer perdimos yo
gané a lo grande, porque, un poco, ya había ganado.
“Y ojalá esto no se termine nunca. Yo soy feliz sabiendo que esto está recién empezando. Ojalá tenga 30 y siga entrando a la cancha. Ojalá los 40 me agarren a mi jugando al squash y a mis hijos en el club tanto como yo a esa edad y aprendan a amarlo y a mamarlo. Ojalá tenga 50 y siga entrenando pendejos y dándole algo de lo que absorbí al rugby. Ojalá tenga 60 y siga en la tribuna emocionándome y diciendo que en otras épocas éramos más líricos. Ojalá tenga 70 y me siga tomando un whisky con mis amigos queridos en el pub o en billar. Y ojalá me agarre un flor de bobaso entre amigos, adentro del club, un día de verano, en la terraza de la cueva y comiendo una entraña bien grasosa y que me metan en el cajón con los restos entre los dientes y una camiseta del club.”
“Y ojalá esto no se termine nunca. Yo soy feliz sabiendo que esto está recién empezando. Ojalá tenga 30 y siga entrando a la cancha. Ojalá los 40 me agarren a mi jugando al squash y a mis hijos en el club tanto como yo a esa edad y aprendan a amarlo y a mamarlo. Ojalá tenga 50 y siga entrenando pendejos y dándole algo de lo que absorbí al rugby. Ojalá tenga 60 y siga en la tribuna emocionándome y diciendo que en otras épocas éramos más líricos. Ojalá tenga 70 y me siga tomando un whisky con mis amigos queridos en el pub o en billar. Y ojalá me agarre un flor de bobaso entre amigos, adentro del club, un día de verano, en la terraza de la cueva y comiendo una entraña bien grasosa y que me metan en el cajón con los restos entre los dientes y una camiseta del club.”