Si no te miro a los ojos, sospecha

Si no te miro a los ojos, sospecha

martes, 29 de noviembre de 2016

La fragilidad de lo permanente




Hace unos meses escribí el final de un capítulo de una novela que párrafo a párrafo, palabra a palabra, infructuosamente o no –aún no lo sé-, estoy escribiendo hace varios meses con notoria inconstancia:  

Las tablas de madera no eran tan cómodas cómo se las acordaba de su niñez, cuando se revolcaba en el piso. Giró sobre su hombro derecho y buscó -largando un bostezo largo de esos que expulsan el aire viciado que se acumula en los pulmones después de un día amargo- algo en donde apoyar la cabeza sin éxito. El departamento estaba completamente vacío. Irreconocible. Pelado. Sólo entonces, sin dejar de ser el chiquito que creció a los sopapos, el adolescente que -como todos- no está preparado para salir a la calle, se dio cuenta –esa noche de sus 16 años por primera vez en la vida- de lo frágiles que son las cosas que creemos permanentes: cómo lo es una partida de ajedrez que no se termina por una jugada sino por una patada en el tablero y que deja a uno juntando las piezas y empezando de nuevo; cómo lo es todo lo que uno tiene o cree tener, que puede ser, inesperada y catastróficamente, barrido por un tsunami: una tragedia inevitable, a veces imprevista, que no lastima sólo por el impacto, sino todavía más por el arrastre.

La experiencia de la vida -¿Quién?¿El piloto?¿La aerolínea?¿El cáncer?¿El ladrón?¿El terremoto?¿La aneurisma?- arrancando, desgarrando, una parte de corazón es inaprehensible, incognoscible, sobrenaturalmente dolorosa e inexplicable. Sin dudas, para bien o mal y pese a quién le pese, inolvidable. El corazón con más o menos tiempo cicatriza, marcado para siempre. Me senté a tomar un mate debajo de un sol de primavera mañanero y amable y me acordé de ese párrafo de Adiós Hemingway de Leonardo Padura. Vino instantáneamente a la cabeza. Ese párrafo inicial que, un poco por contundente y sobre todo por irrefutable, me hizo picar los intestinos cuando lo leí por primera vez. Y por segunda, por tercera y todavía hoy, cuando me doy cuenta que me desvivo trabajando y armando proyectos, creyéndome el cuento de la autosuficiencia y faltando a la humildad de comprender que, haga lo que haga, hay cosas que me exceden y no puedo controlar:

Primero escupió, luego expulsó los restos del humo agazapado en sus pulmones y finalmente lanzó al agua, propulsándola con sus dedos, la colilla mínima del cigarro. El escozor que sintió en la piel lo había devuelto a la realidad y, de regreso al adolorido mundo de los vivos, pensó cuánto le hubiera gustado saber la razón verdadera por la cual estaba allí, frente al mar, dispuesto a emprender un imprevisible viaje al pasado. Entonces empezó a convencerse de que muchas de las preguntas que se iba a hacer desde ese instante no tendrían respuestas, pero lo tranquilizó recordar cómo algo similar había ocurrido con muchas otras preguntas arrastradas a lo largo y ancho de su existencia, hasta llegar a aceptar la maligna evidencia de que debía resignarse a vivir con más interrogantes que certezas, con más pérdidas que ganancias.

Hay, en promedio (vía www.flightradar24.com), 11.000 aviones en el aire cada minuto de nuestras vidas. Más de una persona murió en Twitter armando escándalos que debieron ser desmentidos en otros medios para cortar la confusión. Así y todo, con la expresión turbada y algo de incredulidad, era indudable para mí mientras calentaba el agua que nadie, ni siquiera el tuitero más complejo, podía calibrar en su cabeza una escena como la que se proyectaba en los 140 caracteres de cada uno de mis seguidos, uno debajo del otro sin dejar espacio a otro tema. La realidad continuará por siempre superando a la ficción. En noviembre despegaron y aterrizaron alrededor de 140.000 aviones por día. Uno menos esta madrugada cerca de Medellín; 139.999 aviones aterrizados no pueden matizar el dolor que genera el alado que hoy se estrelló contra el piso.

En un breve repaso, podemos destacar que el Chapecoense AF es un equipo del oeste de Santa Catarina, es decir, del mismo estado que Florianopolis, Garopaba y demás lugares que los argentinos al menos hemos oído nombrar. El Furacao se fundó en 1973 y ascendió a primera en 2014, después de 40 años de laburo. El que va a un club, el que tiene un club tatuado adentro, sabe de lo que hablo. Los clubes son los lugares más lindos del mundo. Un lugar de pertenencia por excelencia. Los clubes -incluso los más grandes, los más millonarios y colosales, los de renombre, los emblemas mundiales- están hechos de personas. De carnets, de saludos en el pasillo, de amigos jugando al fútbol, de deporte, de chicos haciendo cagadas por ahí, de personas que saben que hay detrás de cada puerta, de competencia, de utileros que te prestan una toalla cuando te la olvidaste, de una confitería, de una camiseta, de un equipo que se pone esa camiseta para representar a todos los que están atrás. Este equipo de Chapecoense estuvo entre 2001 y 2006 al borde de la desaparición por las inabarcables deudas y por el bajísimo nivel futbolístico que amenazaba con desafiliarlo del torneo de Santa Catarina (tan sólo uno de los 26 estados de Brasil). A través de un salvoconducto legal cambia su nombre para desprenderse de ciertas deudas y recibe el apoyo económico de empresarios de Chapecó. Entender los ascensos del fútbol brasileño es más difícil que explicarle el sistema de promedios a un mongol por lo que es bravo reconstruir cómo llegó el Verde a primera pero, aún así, hay cosas que valen la pena ser contadas. Durante el 2009, buscando el ascenso a la C, viajó más de 25 horas para llegar al club Araguaia y ganarle 2-0 como visitante en Mato Grosso, bajo una lluvia tropical. De nuevo, el ascenso de categoría –esta vez a la B- se definiría en el corazón de Mato Grosso: en la ciudad de Lucas do Rio Verde frente al Luverdense Esporte Club. Fue 3-1 en el global. Un año después, cuando se suponía que llegaba a la B a luchar la permanencia, logró el ascenso con 20 victorias, 12 empates y 6 derrotas (72/114 puntos (64% eficiencia)). 4 ascensos en 6 años. Para colmo en 2015 juega la Sudamericana por primera vez. En este 2016, el equipo que hacía diez años estaba destinado a la ruina, que paseaba por las rutas estatales jugando siempre contra los mismos cinco rivales y perdía en la mayoría de los casos, estaba por jugar la final de la segunda copa más importante del continente luego de eliminar a equipos reconocidos y campeones. No se cayó cualquier avión. Millones de aviones aterrizados jamás podrían matizar el dolor del que se cayó esta madrugada. El avión que se cayó esta madrugada era un pedazo de club: estaba lleno de sangre, de savia, de jugo, de sueños. No se fue a pique un avión, se rompieron las aspas de un club que tiene que resurgir con 71 personas menos. Y para dar dimensión, acordémonos –aunque cueste- que las personas no son números. Las 71 personas son, por ejemplo, Thiaguinho, el jugador que se enteró –con la chomba y los cortos del Chape puestos- que iba a ser papá por una sorpresa de su mujer y de sus compañeros horas antes de morir. Eso es un club: personas, historias, sangre, vidas que se cruzan, que comparten el amor a algo y que trabajan por eso. Este humilde equipo del club que hace una década por poco desaparece vivía su sueño y, a través de él, nos enseñaba que los sueños se pueden lograr.


Por esto, también, esta tragedia con poco timing nos conmueve. Porque nos da la más clara muestra de lo finitos que somos, de lo caprichosa que puede ser la existencia. La noción de que somos arena. De que vamos y venimos. De que vivir o morir no es algo meritorio. Empezamos a ser un día para terminar otro y, quizás, no tenemos la chance de firmar el acuse. Tendremos siempre más interrogantes que certezas. Somos tan frágiles que podemos morir incluso en el punto máximo de nuestra fuerza, en el auge de nuestra gloria, justo antes del partido final. Y no, no lo podemos controlar. Pienso. Me miro y lo vuelvo a pensar. No puedo controlar todo, me puedo ir un día, me pueden llevar –quién sabe dónde- sin pedir permiso. No hay más remedio. Darse cuenta que uno es tan, tan efímero, finito, finalizable, es una experiencia atroz. Atroz y alarmante. Y -dolorosa cuando toca de cerca e inquietante cuando sólo es un llamado de atención- cumple con su doble filo: nos deja entrever la necesidad de aprovechar el tiempo, de sentir el aire en la cara, de demostrar cariño a los que queremos, de embarrarse y dejar huella, de disfrutar el mate que tomo bajo este sol ameno de esta mañana de primavera. Quizás, esta tragedia tan magnánima, escandalosa, única e irrepetible, inconmensurable, no nos deje más enseñanza que la de recordarnos -con el rigor de la espectacularidad- que tendremos por siempre más preguntas que respuestas y que algunas de las únicas certezas con las que podemos contar es que el hoy, hay que vivirlo con intensidad y aprovecharlo; amar, entrenar, meter, abrazar, embarrarse, perseguir sueños, fracasar, estar al borde del colapso, tener deudas irremontables, mejorar y, quizás, con mucho trabajo, dejar una huella como la que dejan estos muertos del avión que siguen vivos en un –ojalá- glorioso e inolvidable campeonato internacional.   




martes, 28 de junio de 2016

La Letra Chica

¿Qué se yo Germán? Una mierda, la verdad, que una mierda. No sé nada, Germán. Y me calienta. No me quedé ni a escuchar a Martino ni a nadie después del partido. Recién llego, leí lo que pude leer en Twitter, pero estoy mal. Estoy preocupado. Pensá que había salido la noche anterior, había laburado toda el día editando vídeos en la redacción, volví justo para el arranque, vi el partido con el último aliento y apenas terminó el partido me fui a dormir, amargado. Me fui a dormir pensando que los muchachos en la redacción debían estar a las puteadas. Imaginate, Germán, cortar y editar todos los vídeos una y otra vez viendo las caras de los chilenos. Imaginate tener que viralizar y difundir eso: una tragedia. Y te digo más, cuando me levanté le conté a mi novia: soñé con el Diego. Fue así: veía el partido en una casa que tenía como un anfiteatro con una pantalla grande -de esas casas que eran la envidia de todos los compañéros en la primaria, Germán-, y en un momento puteaba a Agüero y al lado aparecía el Diego, sin barba, con sus rulos. El Diego que me ponía una mano en el hombro y me miraba con la mejor cara de desilusión, como diciéndome vos sos un boludo, no entendiste nada flaco, y yo hacía cualquier cosa para desdecirme y que el Diego me levantara esa desaprobación. Imaginate, lo ves una vez en la vida al Diego y te mira cómo me miró... No tenía mucho sentido, la verdad, pero bueno. Los sueños son raros, Germán, no me jodás. Me levanté angustiado. Más angustiado. Esto es real, Germán, no te estoy jodiendo. Soñé con el Diego, el Diego del ’86. Y ahí me vine para acá y llovía. Como venía de lo de mi novia no tenía otra campera así que me puse la que tenía: la impermeable de la U de Chile. Sí, oportuno, como siempre. En la parada del 15 un tipo de camperón de la selección me mira así medio de refilón y me tira por lo bajo si me parecía día para ponerme esa campera. Lo miré y le respondí que era lo único que tenía, cortito le respondí, no lo mandé a cagar de casualidad te digo. Me subí al bondi, saqué el celular del bolsillo y entendí todo. Claro, hermano, te digo que me había ido a dormir cuando terminó y no tenía idea. Entonces se me cayó el día encima. Ser cebollita por cuarta vez, la lluvia, el colectivo hasta las bolas, la Panamericana trabada, el dolor de cabeza, el sueño, llegar tarde al laburo, todo el lunes encima. Más lunes que nunca: qué dolor Lionel Andrés. La puta madre, qué dolor, Germán. Te digo que tuve que entrar a internet porque no lo podía creer. Pensé que era un spam de esos foros falopa que te redirigen a cualquier lado, Germán. Las personas miraban todas por la ventana del colectivo. Ni una mirada, hermano. Cada uno en la suya. De repente, con el lunes haciendo cumbre en el ranking de los lunes de mierda, estaba volviéndome loco en pensamientos, Germán, en cálculos, en predicciones. Cuando llegan las catástrofes –sean del palo que sean, Germán, no sólo del fútbol, vos lo sabés- uno no sabe hasta dónde llegan, qué alcance tienen, viste. Uno anda de acá para allá y sigue haciendo lo suyo pero siempre pensando en eso, viste, como tratando de olvidarse pero sin poder, como si te estuvieran respirando en la nuca constantemente. Esto que paso ayer es una catástrofe, hermano. Una catástrofe. No recuerdo algo tan triste en la historia del fútbol. Un quilombo donde lo menos importante es un partido perdido, eh, ¿Sabés la cantidad de cosas que debemos no saber? Somos meros espectadores, Germán. Me equivoco, menos que eso. Somos totales ignorantes.
Yo te voy a decir lo que pasa, Germán. El tema es que como argentinos nunca entendimos que el fútbol es un juego. Somos unos viscerales, viejo. Somos violentamente pasionales y pasionalmente violentos ¡Hay tipos que matan en nombre del fútbol!¡Tipos que caminan por la calle!¡Es una barbaridad! El otro día Excursio se jugaba el ascenso con Riestra, creo que con Riestra. Al cuatro de Riestra, un Juan Pérez cualquiera eh, ningún jugadorazo, le llegó una foto de la puerta del jardín de infantes de la nena antes del partido, ¡Excursionistas, Germán! ¡Acá a diez cuadras, Germán!¡Tercera división! Se nos va la vida en esta pelotudez del fútbol, Germán. Cuarenta veces lo leí hoy, lo puso hasta mi suegra en el Facebook y es verdad, eh, mal que nos pese tienen razón: somos tan idiotas que le pedimos más a un jugador de fútbol que a un político. Y es el país que tenemos con la gente que tenemos, eh. Nos importa un carajo que nos toquen el culo; excepto que tengamos puesta la camiseta de la selección, ahí sí que no. Las mineras, el gas y el petróleo no los defiende ni Montoto, Germán. Tengo una tía que está por allá cerca de San Juan, por un lugar de esos, no la vi en mi vida eh pero dos por tres le cuenta a mi viejo que el suelo tiene las porquerías de Monsanto, que el agua no se puede tomar, que se gastan medio sueldo en agua de bidón y, te digo más, que los pibitos terminan todos internados en las guardias, ¿Dónde lo viste hermano? Yo lo sé porque la tía Irma manda mensaje, ¿Pero si no?¿Si no? Eso sí, Germán, cuando la selección pierde, somos todos los defensores de la patria.
No sé, loco. No digo que esté mal. No sé si está mal y, ¿Qué mierda sé? Tampoco puedo decir mucho, no es que yo sea la reina de Holanda, vos me conocés, tampoco es que soy una excepción brillante de la sociedad. Lo primero que leo del diario es la deportiva. Está en nuestra sangre Germán, y la sangre tira. Pero no me desentiendo, eh, nada de hacerme el boludo y de mirar para otro lado. Lo digo de frente. Lo digo bien eh, estoy tranquilo eh, pero lo digo de frente: qué pelotudos que somos, viejo. Somos una flor de mierda. Yo te pregunto y vos decime, ¿En dónde más podrían haber nacido y proliferado tanto los panelistas dueños de la verdad? Dios los cría y en Argentina los amontonamos, hermano. Somos el CEAMSE de los pelotudos televisivos. Es insólito Germán: cualquier boludo se puede sentar en una silla enfrente de una cámara y decir la primera estupidez que se le cruce por la cabeza. Cualquier gil Germán, cualquier gil que no sabe ni hacerse el nudo de la corbata, hermano, que no distingue chinculines de mollejas. Y Te digo que no hay límites para la pelotudez humana y es nada más que por eso que existen  especialmente los panelistas deportivos. Sólo acá, Germán. Gordos cometriplesdemiga  que dicen lo que se les canta el culo, siempre con el diario del lunes. Que hablan. Que saben hablar. Hombres de lengua voraz y poco huevo, Germàn, hombres de poco coraje. Tipos que no se hacen ni el nudo de la corbata eh, tipos que se les queda sin agua el sapito y le llevan el auto al mecánico, eh. Te digo que en esta catástrofe tengo mucho miedo por el pibe, Germán. Mirá que vos sabés que yo mucho por estas cosas no me caliento. A mí me gusta ver fútbol y listo, no veo esos programas de tres de la tarde. Pero, te digo que ahora tengo miedo. Tengo mucho miedo por él. El pibe me tiene preocupado. De verdad te digo, boludo, ¿De qué te reís? Te explico: él te juega contra cualquiera, se le planta a cualquiera, eh.  Se las banca todas el enano. Si tenés alguna duda pensá en esto, pensá si a tu hijo, a Joaquincito que tiene diez, lo mandaras al colegio con la jeringa en la mochila para que se pinche solito. Es guapo el pendejo Germán: esas cosas no se pierden, no se las lleva el viento eh, no se olvidan. Yo sé que me vas a venir con que Maradona esto y Maradona lo otro y que Messi nada, pero estás equivocado y yo te voy a decir porqué German. Son dos árboles distintos, Germán. Messi nunca va a hacer el gol de Maradona porque el país no estuvo en guerra, Germán. Los compañeros de Messi tampoco hacen los goles, Germán. Metieron tres ese partido Germán, ¡Tres!¡José Luis Brown, Germán, un defensor! Burruchaga y Valdano uno cada uno... Había un planteo táctico, Germán, Bilardo les tocaba la puerta a las tres de la mañana y si no estaban soñando con el que tenían que marcar, no jugaban. No me vengas con boludeces, porque son dos personas distintas Germán. Escuchame bien, Germán. Y mirame porque no te lo repito: Son dos personas distintas en dos momentos distintos. Dos personas distintas. Es como pedirle limones al naranjero y naranjas al limonero, Germán, te pido que no seas tan ciego. Y no te voy a decir que el pibe es incriticable. No, si, criticalo. Pero futbolísticamente y con fundamento, eh, no cualquier cosa. Pero aguántame que voy al baño y te sigo diciendo, porque esta se viene brava eh, ¿Vos viste cómo nadie habla en la oficina de todo lo que pasó? Es así, Germán, cuando la cosa es grave de verdad, la gente no habla. Van a pasar unos días y al pibe lo van a matar en todos lados, Germán, va a ser más malo que la inflación, hermano, va a ser el que se vendió al lado oscuro, el traidor de la bandera y de la patria.

Y, yo pienso, esto no puede ser casualidad. Juan Román seguramente algo le dijo, avisarle le avisó seguro. Ponerse la 10 de la selección no es boludés ¿Sino por qué renunciaría un tipo con tanto talento y las bolas tan puestas como él? La vieja, enano, ¡La vieja le tuvo que pedir que pare! Porque se hartó de escuchar tantas cosas de su hijo. Y Román no es un cobarde, eh. Y sí, claro. Cuando te dan la diez de Argentina por primera vez, te deberían dejar en el vestuario una impresión arriba de la camiseta dónde firmar que uno acepta términos y condiciones. Y esos, esos si hay que leerlos hasta el final, eh. Ahí sí que te cagan con la letra chica. Te dicen que te van a aplaudir, que esto es un ida y vuelta de amor, que se van a cansar de lograr cosas juntos, que para vos siempre lo mejor porque te lo mereces, que sos la carta Pokerstars… boludeces, todas boludeces, te doraron la píldora, enano, te endulzaron los oídos. Cuándo te querés dar cuenta estás pasando el cumpleaños de tu amigo tomando mate arriba de un semi cama, todo por amor al arte eh. Y, eso no es nada eh… después, después hermano, qué dolor. Qué dolor, Lionel. Cómo te engañaron, Lionel. Te vendieron la ilusión y te compraste un buzón grande como las deudas de la AFA y las cuentas de Segura y Angelici, grande como todas las cuentas de todos los chorros juntos, grande el buzón como el rayón del auto que no le dejo una gamba al trapito. Nadie te contó la letra chica, Lionel, querían tener tu magia pero no estaban preparados para darte un abrazo. Nadie estaba preparado para darte un abrazo si resultaba que en el fondo, bien en el fondo, eras humano, tan falible a equivocarte como todos. Nadie te preparó un abrazo por si las cosas no te salían y, ahora, el hijo de puta sos vos porque renunciás. Porque sos el capitán y dejás que se hunda el barco. Y, claro, si era todo en negro. Yo puedo entender que no te dé más ni el bocho ni el corazón. De pibe te desmerecieron porque no querían poner una moneda -ni siquiera una moneda, un vuelto-, pero después vinieron a buscarte con un mundo de promesas bajo el brazo, porque te vieron el potencial. Te dijeron que venías a sumar, que venías a ser parte de esto, un engranaje de la maquinaria, y ahora, que al barco le entra agua por todos lados, que no se sabe quién hizo qué y de quién es la culpa, te ponen como el responsable de todo, sos el representante legal y el apoderado de la empresa más importante de Argentina, donde los 40 millones tenemos acciones y todos podemos opinar.
No sé sí con la de España ibas a ser más feliz. No sé, no creo Leo. Lo llevás en la sangre y que te puedo decir, enano miserable… la sangre tira. Pero nadie te contó que en cuanto te pusieras la 10 ibas a tener que pagar vos solito todas nuestras inversiones en ilusión. Nadie te dijo que ibas a tener que colmar, acompañado o sólo, con las expectativas de todo un país. Nadie te dijo que iba a haber tanto muñeco adjetivándote, tildándote, buscándote el pie de apoyo. Vos sos un pibe pillo Lionel. En algún momento te la viste venir, pero está bien, yo hubiese pensado igual eh, yo hubiese pensado que me iban a cuidar un poco más ¿En dónde más te van a cuidar tan poco, pulguita? Esto es Argentina Lionel: Trae la copa, o no vuelvas… 
Y te digo Leo que tengo miedo. Tengo miedo por el mundo, porque yo te quiero ver jugar, porque tu fútbol es irremplazable. Y me da miedo que todo esto te afecte, porque ya no bailas con Boateng, ni con Hummels, ni con Medel, ni con Bravo. Ahora bailás con la más fea. Jugás contra gente mucho más peligrosa. Contra personas que no afilan los tapones sino la lengua, para pegarte dónde jode. Te enfrentás a una especie autóctona argentina, más peligrosos que el yaguareté y bien zorros, bien bichos: los pelotudos de sillón. Los que no saben hacer porque su fuerte es opinar. Opinólogos Lionel, dueños de la verdad. Los especialistas de la crítica. Los que manchan la pelota sin ningún remordimiento porque no la tienen en los pies, porque no se ensucian los zapatos, Pulga, por eso, porque la miran desde el escritorio, desde el estudio, desde el sillón de la casa. Porque no saben lo que es entrenar con lluvia, Leo. No saben lo que es vivir para el fútbol porque no viven para sino del fútbol. Ahora jugás contra los que arreglan resultados, los que hacen negocios con los pases, contra los que meten la mano en la lata. Estás en una encrucijada contra tipos que son capaces de vender a la vieja por quince segundos de cámara, tipos que son capaces de incriminar a sus hijos por unos seguidores y no se saben hacer el nudo de la corbata, Lionel. Te persiguen mediocres de la vida, con el control remoto en una mano y en la otra un triple de miga al que se le caen las papasfritas aplastadas sobre la alfombra. No me digas que tipos como esos te pueden alcanzar a vos, Leo. Esos son los verdaderos asesinos de la poesía, no vos que tiraste un penal afuera. El que no pateó afuera en la vida, Leo, el que no la pateó nunca a la quinta bandeja, que tire la primera piedra. No saben lo que es, enano, no saben. No saben lo que hay que tener y dónde hay que tenerlo para ponerse la 10 de la selección. Pero igual te entiendo, eh. Yo soy un cagón Leo, yo si soy vos me iba al mazo hace mucho, ¿Qué es eso de mudarse de país sin ni siquiera haber terminado la primaria? ¿Qué te voy a decir? Pecho frío soy yo que en el laburo me hago el que trabajo y estoy en Linkedin ¡Linkedin! ¡Ni siquiera tengo los huevos para pelotudear en serio!
Pero esto me preocupa de verdad Leo, porque me parece que no te enseñaron a tratar con argentinos, ¿De dónde saliste flaco?¿De un repollo?¿Nadie te enseñó nada a vos?¡Los argentinos no entendemos, Leo! Queremos frases contundentes, farándula,  quilombo, carisma, soberbia, éxitos. Y vos, enano condenado, sólo sabés jugar a la pelota. ¡Sos un inútil! ¡Sólo sabés jugar a la pelota! Ni siquiera sabés hablar el castellano hermano, te preguntan algo y contestás bajito, con monosílabos. El único idioma que sabés hablar es el idioma fútbol, pibe. Yo sé que parezco un zapato, pero a veces leo viste, algo, un poco, para estar informado. Me pasaron un texto cortito hace un tiempo, un tal Hernán Casciari. Claro el flaco tiene razón, vos no sos humano, pibe, vos sos un perro. Desde ese día que leí eso, hace, no sé, ¿Qué serán?¿Dos años? Desde ese día que te miro la cara y no los pies cuando te enfocan de cerca. Pendejo hijo de puta, ¿Qué hacés sonriendo? ¡Tenés la pelota!¡Hacé algo!¡Buscá pase!¡Mirale las piernas al contrario!¡Te viene uno de atrás! Pero no te tengo que decir nada porque tenés un radar y la amas a ella y ella te ama. La pelota te ama y yo te amo con la pelota. Y sos un perro, pibe, sonreís y tenés la mirada en la pelota como mi perro mira los huesos que sobran del costillar. Y te hablan en castellano y en inglés y en turco y vos no le respondés, porque sos un enano desperfecto que no habla en ese idioma, que no habla en ningún idioma del mundo, que sólo y únicamente conoce el idioma fútbol porque cuando yo me limpiaba los mocos con las mangas del delantal, vos te metías hormonas para poder jugar; porque eras un enano que ya soñaba con gloria cuando yo jugaba a la play. Sí, a la play y desde un sillón. Desde un sillón como todos los inútiles incompetentes y pechos fríos que no saben lo que pesan y lo que duelen los sueños que no se cumplen cuando uno dio todo. Como todos esos bandidos, destructores de la belleza, dueños de la verdad, defensores del pensamiento único que -desde el sillón- nunca tiraron un penal afuera. Y te hablan, Leo, no dejan de hablarte. Te hablan en uzbeco y en mongol y vos les respondés con la pelota. Te hablan en griego y les respondés con la pelota. Y te afilan los tapones y respondés con la pelota, Leo. Te putean en polaco, en ruso, en hebreo, de todas las formas que conocen, y vos te quedas callado porque no sos un líder carismático, porque no tenés discursos falaces, porque no sos un ser político, porque no sos todo eso, enano. Y te felicito, enano perfil bajo, por no ser argentino en lo que no valemos la pena. Por no darle gilada a la cabida. Te felicito por no sentarte un sillón en toda tu puta vida. Por entrenar, entrenar y entrenar. Les respondés con la pelota porque sos mucho más noble y más grande que ellos. Te dicen lo que te dicen y piensan que no tenés personalidad, pero los que no entienden son ellos. No entienden que vos no contestas con palabras, que a vos no te salen las palabras. Que vos sólo manejás gestos: jueguitos, pases, gambetas, arranques, tiros libres. No entiende que vos respondés pidiendo la pelota. Que respondes mostrándote, sin esconderte nunca. Pidiéndola siempre. Tratando siempre. Sin apichonarte jamás. No les alcanzan ni los goles, ni las asistencias porque vos les respondés y ellos no te entienden. No entienden que vos no engañás ni mentís, porque con la pelota en los pies no se engaña ni se miente. Se hace, mejor o peor, pero no se miente.   

                Y te vuelvo, a decir, Germán, perdóname la demora. Ahí te traigo la carpeta. Estaba pensando en otra cosa, sigo maquinando. Viste que yo leo, un poco, no mucho. El otro día, un tipo, Carlos Pagni, no sé si lo tenés, yo la primera vez que lo leo. Bah, Leí el principio en realidad, después me bajé del colectivo. Decía que este tipo, este López, tirando valijas de dólares por los aires, haciendo pozos en el patio de un monasterio, era un aleph; Un aleph, Germán, como una imagen muy expresiva de algo, un segundo en donde hay tanta claridad que se condensa un universo de cosas; Te explico, el tipo hizo que entendieramos todo sin decir una palabra, ¿Qué mejor definición de corrupción que un tipo tirando valijas por el aire en un monasterio y haciéndose pasar por desbordado mentalmente para que lo declaren inimputable? Esto de Messi es un aleph de la Argentina, Germán, ¿Me entendés? Es una aleph de lo que somos y de lo que permitimos. Y a mí, me pone muy triste viejo, y me preocupa no sólo por él sino por lo que esto implica: ¡El mejor jugador de fútbol de la historia! ¡Qué ama el fútbol más que a la vieja! ¡Qué soñó con esto toda la vida! Dejando de jugar al fútbol por lo mal que la pasa... ¡Lo dijo él! ¡El tipo casi no sabe hablar y lo dijo claramente! ¿Qué lo puede explicar mejor Germán? No me voy a poner en moralista, no. Pero somos una mierda, no me lo negués. Una flor de mierda. No vamos a venir ahora con que el pibe no tiene derecho a pensar en sí mismo... Yo sólo espero que el pibe descanse. Y, no sé, viste, no sé. Ojalá, algún día -cuando a él le parezca eh no cuando nosotros se lo pidamos-, se vuelva a enamorar y vuelva a soñar. Porque te soy sincero, Germán, acá el único que pierde es el fútbol.  



Para el más grande, para el que hace que nos paremos en la silla, para el que nos hace sentir vivos a los hombres lisos y llanos cuando tiene la pelota en los pies. Muchas gracias y espero que, una vez en la vida, hagas lo que se te canta el culo. 

domingo, 1 de mayo de 2016

Más vale osobuco propio que banquete regalado

                Al que se despierta con el primer llamado del despertador y al que pospone la alarma también: feliz día. Feliz día del trabajador. Qué lindo día para celebrar.
            Y le digo feliz día a los dos, porque todos nosotros trabajadores, somos los dos: el que sale de la cama y el que se quiere quedar. No conozco laburo alguno, por ideal que sea, que venza esta premisa; no existe quién, por lo menos alguna vez, no tenga ganas de quedarse en la cama. Sea quién sea, siempre a todos nos dan ganas de descansar más, de hacerla fácil. Somos seres humanos falibles. La siempredad no es cosa humana, es real y está bien. No somos máquinas, y eso está bien. Por eso, feliz día a todos nosotros que cuando salimos de la cama no salimos por programación, sino por motivación y con empeño. Porque laburar es, indefectiblemente, esforzarse. Es no quedarse, es incomodarse, es sacarse las sábanas de encima y poner un pie en el piso y después el otro; vestirse e ir a ver que nos tiene preparado la vida para las próximas 24 horas. Es salir en busca. Activar y enfrentar lo que haya del otro lado de la puerta, entendiendo, quizás tácitamente, que paz rara vez es sinónimo de quietud o inercia; en el no hacer es poca la paz que se encuentra.
Me gusta pensar en hoy, 1° de mayo, como un día en el que está bueno darse un autoreconocimiento. Un día especial para darse autoabrazos, para automimarse: para levantarse temprano, comprar unas facturas, cebar un buen mate en una mañana otoñal y autofelicitarse por el resto de los días del año en las que nos ganamos a nosotros mismos y vamos por más. Trabajar es hacer, es levantarse, es buscar, es esforzarse, es muchas veces elegir desafíos y, por qué no, dificultades. Por eso, principalmente, feliz día a los que hacen. A los que, aunque a veces nos cueste, elegimos cada día cruzar el umbral y hacer.

Mi novia está terminando de ver una serie y, como siempre pasa, terminé viéndola con ella: Downton Abbey. Una serie que, gracias a un excelente laburo historiográfico, presenta la vida de una familia de la máxima alcurnia aristocrática inglesa en los años ’20; las costumbres onerosas y el estilo de vida de la clase más alta, con sus formas y hábitos, enfrentándose a un mundo en acelerado cambio. Mujeres y hombres vestidos de gala las 24 horas del día, contando con criados, sirvientes y mayordomos, mezclando el té con cucharitas de plata recién pulidas y paseándose por los salones amplios del castillo.
Entre todos esos dejos que quedan después de terminar de ver alguna película o serie, me quedo con una pregunta: ¿Podría vivir así? O más bien una afirmación: no podría vivir así. Y aunque el que hago es un juicio completamente anacrónico, a 100 años del marco temporoespacial de la serie, sé que no podría, sin ninguna duda, tomar un té mirando por la ventana mientras dejo que me solucionen la vida: qué vestir, qué comer, con quién hablar, con quién casarme. Uno siempre tiene en la cabeza esa película, agiornada a nuestros días, en la que vive una vida resuelta. Si, ¿Quién no se comió esa peli donde te ganaste el Quini y, por poner un ejemplo, viajás por todo el mundo probando las diferentes comidas de cada lugar? Una vez me gané un viaje a Nueva York con absolutamente todo pago y, no te voy a mentir, fue increíble; ¿Quién no pensó alguna vez que ojalá de repente cayera un auto en la vereda de casa y no me tomo nunca más el tren? No te voy a dejar que me digas que nunca quisiste, por lo menos, que las cosas sean más fáciles. Yo, todo el tiempo. Una vez por día seguro que por algo me agarran ganas de putear.
Entonces, algunas veces, cuando tengo un raye de iluminación, pienso y repaso y me llamo a coherencia. Me recuerdo, me reveo, me miro a mí mismo íntegramente y me doy cuenta de que Lady Mary Crawley y sus hermanas tédependientes se están perdiendo algo importante. Algo que en mi historia personal significó las más grandes alegrías. De esas que te hacen hinchar el pecho, respirando hondo y largando el aire lento, que te dan electricidad en el cuerpo, euforia, que te hacen mirar al cielo, que emocionan hasta el calambre, que te sacan lágrimas de desborde, que te hacen sentir completo. Ese tipo de alegrías que sólo te da el haber logrado algo a lo que le se le pusiste alma, vida y corazón. La satisfacción del trabajo bien hecho. Los frutos del esfuerzo, que con nada se pagan y con nada se compran. Un esfuerzo total es una victoria completa, dice Ghandi. Por ejemplo, el viaje a Europa por el que casi tengo que vender un órgano. O la alegría del noveno cumpleaños de Mediapila. Ahora, por ejemplo, el proyecto de cambiar el techo de mi casa. Las que se me vienen a la cabeza ya, de las muchas alegrías completas e inolvidables. Los invito a que ustedes también le pongan nombre a esas alegrías bien logradas, en las que involucraron todo su cuerpo y su humanidad, y, quizás nombrándolas, escribiéndolas en un papel, abrazándolas fuerte, se encuentren con esta certeza -que muy seguido olvidamos- de que Lady Mary, al final, era una gila, y que más vale osobuco propio, que banquete regalado.
Por eso, feliz día a los que creemos que el trabajo nos hace dignos. Feliz día a los que terminan los días largos agotados y habiendo cumplido. Feliz día a los que creen que trabajando aportan su mismidad; los que cuando laburan buscan plasmar lo mejor de sí mismos. Feliz día a los que aprecian el valor del trabajo: capaz de cambiar positivamente el autoestima, el interior, la concepción de sí mismo y la realidad –no sólo económica- de una persona. Feliz día al pibe que todos tenemos adentro: ese pibe que cuando recibió su primer sueldo en mano, por más escaso que haya sido, miró los billetes como nunca antes.  

A Enrique, padre de tres hijos y abuelo de cuatro, que me acompañó por la banquina del Buen Ayre cuatro kilómetros, todavía de noche, mientras yo volvía de una fiesta y él iba a trabajar cómo hace seis veces a la semana, caminando para ahorrar el colectivo, muy feliz día. Al que emprende algo suyo, encontrando problemas y soluciones al paso, atando cosas con alambre, trabajando con esmero para que lo que tiene sea lo que sueña, feliz día. Al que hace con sus manos, feliz día. Al que trabaja pensando, feliz día. Al que saluda a todas las personas con las que trabaja cuando llega, también. Feliz día al que tiene sueños grandes. Al que cuenta las monedas a fin de mes. Al que le tiene que decir que no a los hijos cuando pasan por el quiosco. Especialmente al que llora uno de los llantos más amargos: el de no tener un mango, el de tener deudas y que no te alcance. Al jefe que es humano y cálido, que sabe sacar lo mejor de su grupo de trabajo. Al empleador que no ve sólo números y ve también personas. 
Por qué no, también al que se cuelga del tren y al que se ríe solo escuchando la radio o leyendo WhatsApp en el transporte público. Especialmente al que trabaja más por los que quiere que por sí. Al que espera el franco para buscar a sus hijos por el colegio o el fin de semana para llevarlos a la plaza, a la calesita o al cine. Muy especialmente al que trae siempre del laburo, sin importar qué, una sonrisa. Gracias y feliz día viejo: te quiero desde lo más hondo que hay en mí. Al que labura por los que no tuvieron la chance y quiere cambiar las cosas de nuestro país que no están bien. Al que no tuvo la chance y sigue buscándola y se sigue animando a apostar por lo que, muchas veces, parece improbable. Al que lo negrearon, Al que no recibe aguinaldo ni cobertura médica. Al que labura de lo que hay, porque, señores y señoras, vergüenza solamente es robar. Un abrazo desde el corazón y una mención especial al que quiere un laburo digno y no lo consigue. Feliz día al que hace patria; al que sigue creyendo en nuestro país, al que cree que no está todo mal. Al honesto, al que no ventajea, al que pone su parte, al que no firma algo que sus valores no avalan.  Al transparente y llano, al que no hace tramoyas. Feliz día al que en el medio de un día tan común y tan corriente como cualquiera pregunta ¿Cómo estás? y busca en la cara del otro una respuesta verdadera. 
Una excelente persona con la que trabajé me dijo que él en su experiencia había comprobado algo: para que alguien no quiera trabajar más en un lugar hay que hacer una sola cosa, descuidarlo. Por eso, feliz día a todos los que quieren aprender; pero todavía más a todos los que, con más camino, nos enseñan y nos tutorizan. A los que cuidan al otro. A los que ven el potencial en uno y creen más en nosotros que nosotros mismos. Feliz día a los que no se rinden blandamente. A los que no van a laburar porque sí; al que pone pasión y agonía, elegancia y torpeza. Al que se involucra. Al que hace, y acierta y erra. A la madre soltera que tiene que laburar para que sus hijos tengan lo que necesitan y sufre no poder estar con ellos siempre para cuidarlos desde cerca. A María Coronel, por ejemplo, que es todo lo que se puede decir de una gran mujer y todo lo que no se puede decir porque su valentía agota las palabras. A las costureras que cuatro de cinco mediodías cocinaban un tremendo guiso de alitas de pollo que compartíamos todos juntos.
Feliz día especialmente a las personas que, estén donde estén, toque la que les toque, quieren sumar; al que se puso un bar en la playa porque pensó que iba por ahí, y al que no y trabaja desde donde cree que es su lugar. Porque el trabajo, en el fondo, aunque nos olvidemos, no es otra cosa que una herramienta -a veces tediosa, a veces agotadora, a veces dura- para tratar de ser lo que queremos ser, para tratar de encontrar paz entre el quilombo que siempre está; para hacer y que ese hacer tan humano –de a momentos errado, de a momentos exitoso y siempre lleno de sangre- nos vaya gradualmente llenando el alma de esos momentos alegres que no se olvidan ni se reemplazan.