Si no te miro a los ojos, sospecha

Si no te miro a los ojos, sospecha

lunes, 19 de enero de 2015

No hace falta pasar por el Francés

Cuándo tenía quince, dieciséis años escuché un cura que decía: "¿Gracias? Gracias dice cualquiera, pero agradecer.. agradecer se agradece con actos". Contó que una vuelta él tenía un pibe en la parroquia que quería sacar a pasear a una muchacha y le pidió prestado el Corsita. Le dijo gracias, si. Pero no sólo le dijo gracias; sino que le agradeció devolviéndole el Corsita lavado y con más nafta de la que tenía antes. 

Hoy escribo para agradecer; para hacer un merecido homenaje a los generosos. 

Entre todos ustedes, personas de este mundo, caminamos nosotros: los que necesitamos. Todos tenemos algo de necesitados en algún momento, pero yo me identifico cómo un necesitado bastante seguido. Necesitar se puede necesitar de todo: comida, un lugar para dormir, una mano con el laburo, entre muchas otras diferentes cosas. Pero entre todos los necesitados estamos los de una raza particular, los que somos los peores: los que necesitamos cariño. Los que necesitamos cercanía. Los que necesitamos aceptación, reconciliación. Los que andamos paseando de acá para allá con nuestros mambos, inquietudes, frustraciones e incertidumbres.

¡Qué alegría es estar cerca de un generoso de cariño!¡Qué fácil que es!¡Qué ganas de quedarse ahí para siempre! Esta generosidad no sólo se aprende de la familia, y de los padres y desde casa. Mucho menos tiene que ver con tener suficiente -de lo que sea-; no hace falta pasar por el Francés para ser de estos. Esta generosidad nace -vale observar y destacar- sólo y únicamente en las personas humildes. En esas personas no creen ni quieren estar siempre entre los mejores, ni ser los más cancheros, ni ser los más divertidos. Personas que no se comen ninguna peli de nada.

Esta generosidad surge sólo de los que no se creen más que nadie. 

Estos generosos son los que cuando llegas te saludan cómo si hubiese llegado alguien importantísimo. Son los que te tiran un colchón hasta en la cocina. Son los que preparan un asado y no quieren saber nada con que le devuelvan plata, sólo quieren verte pidiendo perdón por haber comido tanto. Son los que no esperan que te adecues a su estilo de vida sino que dejan que hagas lo que quieras. Los que abren el mejor vino porque si. Son los que prestan medias aunque no las vayas a devolver. Los que te sirven la primera y la última milanesa. Los que te dicen las cosas de frente y no hacen carita. Los que si te tienen que putear, te putean cómo a un hijo, porque te tratan cómo a un hijo. Los que si te tiene que putear, te putean cómo a un hermano, porque te tratan cómo a un hermano. Son -sobre todo- los que no quieren que devuelvas, sino que disfrutes. 

Yo debería tener a mano un ranking de mis familias favoritas. Hay sin duda algunas que van picando en punta. Aseguro que tiene mucho que ver con que he descubierto que, puertas adentro, la generosidad es un tanto contagiosa; las personas generosas de cariño se eligen así uno a otro y casualmente los hijos terminan saliendo de la misma manera ¡Qué placer es pasar tiempo entre estas personas!¡Qué placer es pasar tiempo tan bien rodeado¡ Y no les digo si encima es en vacaciones.. el verdadero descanso se da sólo en la comodidad, en el poder estar cómo uno quiere ¡Qué remanso es encontrar un lugar dónde uno no tiene que estar llenando las expectativas del otro!¡Qué tranquilidad que el otro sea un generoso del cariño y no esté esperando que hagas o dejes de hacer algo! 

Mucha guita para andar haciendo grandes regalos o devoluciones no tengo. No tengo mucho más agradecimientos para hacer que escribir en esta tarde de lluvia algunas lindas palabras. Quizás mi más grande agradecimiento a tantos generosos que me quieren y reciben y festejan mi presencia no sea este homenaje, sino tan sólo comerme el asado hasta no poder más y tomarme el vino bien despacio; Compartir alegrías y disfrutar cómo Dios manda.